Soy Cris, sumiller de profesión y cuentavinos de corazón
Saborear un vino de añada antigua es detener el tiempo, como si tu gusto y tu olfato se pusieran a meditar
Imagina que un buen día te
encuentras abrumado por la
tristeza, y tras llevarte a los
labios una cucharada de té en
la que habías echado un trozo
de magdalena, de repente tu
cerebro te traslada al pueblecito
en el que veraneabas en tu
infancia... ¿Te suena, verdad?
A mi me suele ocurrir con las hogazas, con los tomates que saben a tomate e incluso con el aceite de color verde. De mis empachos, día sí y día también, con jamón -pero jamón del bueno- durante los calurosos días de agosto que pasaba de con mis abuelos en Salamanca, mejor no te hablo… Desde bien pequeña ya era de buen comer y claro, lo del buen beber tenía que acabar llegando.
Me fascinaba ver cómo mi madre ejercía de anfitriona en las celebraciones familiares y al no existir los estudios de vajilla, mantelería, cubertería y copas, me decanté por la sumillería porque las mejores historias suceden siempre en torno a una mesa en la que se bebe vino.

Es como cuando tu memoria te
lleva a París con el primer mordisco
de un croissant de mantequilla o yo
me traslado a una mañana lluviosa
de otoño, al paladear un vino que lleva
años durmiendo en la bodega. Porque
es en los segundos que dura ese bocado
o ese sorbo evocador, que entras en
una especie de trance altamente
placentero para tus sentidos.
Fue precisamente en Paris donde surgió mi predilección por lo vintage. Viviendo allí entendí el valor de la guarda, descubrí lo que eran los vinos de meditación y con la idea de que el vino añejo no es cosa de viejo, fundé Vinotellers: Para preservar el gusto por los vinos hechos a fuego lento y porque tener el fondo de bodega con el que tú siempre has soñado SI que es posible.

Créeme, un vino mayor es capaz
de conmoverte y de brindarte
momentos de reflexión igual que
logra hacerlo una obra de arte o
buen libro. Porque alimentar el
alma comiendo y bebiendo debería
convertirse en tu ritual de los domingos.
Tal es mi fascinación por las añadas antiguas que hasta les he escrito una carta de amor. Con lo que me gusta escribir la carta se me ha ido de las manos y la he acabado convirtiendo en un pequeño y bonito libro titulado Queridos mayores. Porque al fin y al cabo lo bueno de envejecer es que se gana en atractivo y también en sabiduría y son las historias de aquellos que acumulan años las que te dejaran con un agradable sabor de boca.

Si habiendo llegado hasta aquí todavía piensas
que los sumilleres somos seres distantes a los
que prácticamente no se nos entiende al hablar,
te confieso algunos de mis pequeños “grandes”
placeres para que me conozcas un poco más:
Mi placer disfrutón …
Mi placer clásico…
Mi placer nostálgico…
Mi placer vintage…
Una copa de champagne, o dos, con unas anchoas de Santoña son capaces de arreglarme cualquier mal día.
Alargar el desayuno durante horas y horas... Me chifla desayunar ese croissant de mantequilla del que antes te hablaba, tostadas recién hechas, mantequilla salada, mermelada de naranja amarga y litros y litros de té verde.
Buscar libros antiguos de gastronomía en los bouquinistes del Sena cada vez que vuelvo a Paris.
Poner la mesa bonita, encender la vela feu de bois de Diptyque y así creerme que tengo una chimenea en casa, invitar a amigos a cenar y que suene Charles Aznavour de fondo.
Si habiendo llegado hasta aquí todavía piensas que los sumilleres somos seres distantes a los que prácticamente no se nos entiende al hablar,te dejo algunos de mis pequeños “grandes” placeres por si te pudieran inspirar:
Y si te he dejado con las ganas de probar un vino mayor,
